Hasta el final

Tú no sabes como me sentí ayer, le respondí a Claudia, mi mejor amiga de toda la vida y a quien nunca más vería después de esta noche.
Salí de su casa prácticamente corriendo y llegue hasta la parada de buses. Eran las 11 de la noche y junto a mí sólo estaban tres niños que habían terminado de vender caramelos.
¿Quieres un caramelo?. Me preguntó un pequeño que no superaba los 7 años, pero que en su rostro se notaba lo trajinado de su vida, y lo lamentable de su futuro.
Sus brazos ya mostraban los cortes que le quedaron de alguna pelea, y no era difícil pensar que alguna pandilla del lado norte de la ciudad ya lo hubieran reclutado.
No gracias – fue lo último que le pude decir. Le regalé un sol un minuto antes de que llegara mi ómnibus.
Tras de mí pude ver como el niño guardó la moneda en su bolsillo se sentó al borde de la vereda y miró el cielo. ¿Que pensaba?. Eso yo nunca lo sabré, simplemente quedará en la incógnita de mi vida.

Llegue a ese cuartito donde viví casi toda mi vida. Dejé la mochila sobre la cama y me senté a ver las estrellas.
¿Qué fue de ese niño?, pensaba en mi mente mientras el frío me invadía de pies a cabeza. La Luz iba apagándose en las calles y la luz del día iba creciendo.
Tomé un cigarrillo casi sin fuerza y dejé que se fuera consumiendo.
Eran las 6 de la mañana, y los autos empezaban a salir en Trujillo, pero nadie tocó la puerta. Tardaron dos días en encontrar mi cuerpo desangrado e inerte. Eso lo recuerdo claramente, el rostro de todos absortos.

Era una buena persona les escuché decir, pero no sabían cuanto.

Ahora nadie lo sabrá.

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